10 de octubre de 2014

El pan y la Palabra

LAS BASES DE LA LITURGIA CRISTIANA


Desde los tiempos veterotestamentarios, la espiritualidad se estructura sobre dos planos que se conjugan en una intersección harmónica; una que podemos llamar vertical, y otra horizontal.
Expresado en un lenguaje más concreto, lo que es propio de la cultura semita, podemos hablar de una “espiritualidad-del-pan-y-de-la-palabra”.  El pan, como representativo de toda materialidad y la palabra, como un todo que le otorga sentido a la materialidad.

La materialidad es sintetizada en el alimento y la subjetividad en la palabra. Consideremos que, en la narrativa de la caída, el quiebre de la comunión con Dios implicó comer el fruto prohibido y la consecuencia de la desobediencia previa: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). 

El patrón/esquema palabra-pan se repetirá innumerable veces: Abraham y Sara que ofrecen pan cocido en el rescoldo para los tres mensajeros de Dios, bajo los encinares de Mamre (Gn. 18:6); y Jacob ofreció un sacrificio en una montaña “Gen. 31:54b… y llamó a sus hermanos a comer pan; y comieron pan, y durmieron aquella noche en el monte. En la liberación de Egipto, dijo Moisés al pueblo: Éxodo 13:3… Tened memoria de este día, en el cual habéis salido de Egipto, de la casa de servidumbre, pues Jehová os ha sacado de aquí con mano fuerte; por tanto, no comeréis pan leudado. En el desierto Yave sustento su Pueblo dándoles el maná y la Torá (Ex. 16:14 y 24:12), acompañado de la promesa: Ex. 23:25 Mas a Jehová vuestro Dios serviréis, y él bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti. El libro de Levíticos, así como en Deuteronomio, alimentos son parte integrantes de las normativas culticas: Lev. 7:13 Con tortas de pan leudo presentará su ofrenda en el sacrificio de acciones de gracias de paz. La saga de Ruth y Noemí, que nos remite al periodo de los jueces, se desarrolla en medio del drama de la escasez de pan, del abandono y de la enfermedad (Rut 1:6), durante la monarquía, reyes y profetas tienen sus biografías marcadas por experiencias determinantes con la Palabra divina (Así dice el Señor) y el pan (Elías y la viuda, 1° Reyes 17:9), y se le atribuye a Salomón lo dicho: 2°Crónicas 2:4 He aquí, yo tengo que edificar casa al nombre de Jehová mi Dios, para consagrársela, para quemar incienso aromático delante de él, y para la colocación continua de los panes de la proposición, y para holocaustos a mañana y tarde, en los días de reposo, nuevas lunas, y festividades de Jehová nuestro Dios; lo cual ha de ser perpetuo en Israel. 
También en tiempos del exilio y del regreso, la espiritualidad es fuertemente marcada por el reencuentro con la Palabra de Dios y con el Pan de la comunión, por ejemplo las comidas solidarias, como las que se verifican en el capítulo 8 de Nehemías. En el libro de los Salmos, Jehová es alabado por que “hace justicia a los oprimidos y da pan a los que tienen hambre” (Salmo 146.7). En síntesis, para dar la dimensión de su importancia, constatamos que la palabra pan/panes, aparece más de 400 veces en la Biblia (en el AT lehem = pan, aparece 243 veces) sin considerar o hacer referencia a otros alimentos o verbos como comer, cenar, etc.

Las pocas menciones recién presentadas nos sirven para llamar nuestra atención hacia la estrecha conexión entre la experiencia de Dios y la comunión en la mesa la cual se verifica abundantemente en el periodo veterotestamentario.

En el Nuevo Testamento, esa relación no sólo se confirmará, sino se ascenderá a la condición de sacramento. Por ejemplo, la expresión máxima de la comunión como lo Sagrado se da durante la Santa Cena.

Se sabe que los primeros cristianos mantenían su costumbre, como judíos, de frecuentar la sinagoga los sábados para oír la lectura de la Ley, de los Escritos y de los Profetas. (Liturgia de la Palabra); y que el domingo [primer día de la semana], se reunían en las casas para el “partir el pan” y celebrar la memoria de Jesús, (Liturgia de la Mesa/Pan). Celebraban así, la Palabra y la Cena el domingo.

Sin embargo, a medida que los cristianos fueron siendo expulsados de las sinagogas, pasaron a concentrarse el domingo para la celebración de la Palabra y de la Mesa, de esta forma, el culto cristiano termina por integrar en una única celebración, la lectura explicación de las Escrituras, propias de la Liturgia de la sinagoga judaica, y el memorial eucarístico, del Cenáculo [aposento alto]; es decir, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Mesa o del Pan. (Para profundizar esta cuestión sugerimos: CULLMAN, 1953, KIRST, 1993ª y b; RAMOS, 2012).

De los relatos bíblicos e históricos mencionados hasta aquí, podemos establecer prototipo/modelo que da el fundamento de la liturgia cristiana: La Celebración de la Palabra y la Celebración de la Mesa. Casi todos los relatos tienen en común el hecho de tener dos focos distintos y complementarios: la lectura y explicación de la Palabra, por una parte, y la práctica sacramental por otra. Pan y Palabra son por lo tanto, los pilares de la liturgia. Esto se puede constatar por la lectura de los evangelios, abundante en referencias de las comuniones de la mesa entre Jesús y sus seguidoras y seguidores, costumbre que se preservará aun después de la muerte de los apóstoles, como los testifica la Didaché (primer siglo de la Era Cristiana) y escritos atribuidos a Justino Mártir (segundo siglo).

En el relato del culto dominical, hecho por Justino, después de describir la Liturgia de la Palabra, durante la cual:
… son leídos las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas, en cuanto el tiempo lo permite […] Sigue la distribución de los alimentos consagrados a cada uno y, la parte [de los ausentes] se le envía a través del ministerio de los diáconos. Aquel te tiene bienes en abundancia y quiere hacer donaciones, dan lo que quieren libremente. Lo que es recaudado es entregado al presidente, que da la asistencia a los huérfanos, a las viudas, a los enfermos, a los indigentes, a los presos, a los huéspedes extranjeros, en una palabra, a todos los que están pasando necesidades.

El ministerio de la Palabra conduce naturalmente al servicio de la Mesa y culmina en el servicio de todo el mundo, principalmente de los más carentes y necesitados.

Las múltiples divisiones y cismas sufridos por el cristianismo se encargaron de dar la impresión de que el abismo litúrgico que aparta a varias denominaciones y confesiones eclesiásticas seria irreconciliables e insuperables. La renovación litúrgica promovida y estimulada por el movimiento ecuménico moderno se encargaría de demostrar que las supuestas diferencias no son de carácter esencial, sino periférico o accesorio. Paso decisivo en ese sentido fue dado con la segmentación de las asambleas del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), especialmente la de Ghana (1957), que solicitó un estudio profundo de las cuestiones litúrgicas de sus iglesias miembro, buscando identificar posibles puntos de aproximación y de divergencia entre ellas (sobre esto, ver el último capítulo del MANUAL de ciencia litúrgica… 2011).

En la investigación/clasificación que Maxwell hace de la liturgia en su origen bíblica, apostólica, sub-apostólica, en Oriente y en Occidente y en la iglesias de la Reforma, queda comprobado que aunque se noten diferencias significativas, pero secundarias, en términos esenciales, la “Liturgia de la Palabra y de del Cenáculo, que es como él llama a la Liturgia de la Mesa, permanece como patrón constante y permanente”. (cf. MAXWELL, 1958, versión publicada en español en 1963).

“Ora et labora”

Muchas fueron las variaciones y mutaciones litúrgicas vivenciadas por el cristianismo desde su más tierno inicio, pero esa base esencial, a saber, la liturgia de la palabra y la liturgia de la mesa, fue preservada en prácticamente todos los tiempos y lugares.

Teólogos de diferentes épocas, desde la patrología, pasando por la larga Edad Media, y extendiéndose por la Reforma y más allá, se repetía la máxima de que la Iglesia está donde la Palabra de Dios es fielmente predicada y los sacramentos (especialmente la Cena y el Bautismo) son correctamente ministrados.

Cada agrupación religiosa se encargaba de dar su propia versión de esa base esencial, interpretándola para su tiempo y lugar. Los Benedictinos, por ejemplo, estructuraban su vida monástica con base al adagio “ora et labora”, dividiéndose en dos grupos que, a lo largo del año, se encargaban de dedicarse, alternadamente a la oración y al trabajo. Durante un periodo del año parte del grupo que se dedica a la oración significa la actitud definitiva del cristiano, principalmente bajo la forma de adoración, alabanza (loor) y gratitud al Señor, mientras que otra parte del grupo se dedica al trabajo que es forma de disciplina ascese[1], como también de transformación del mundo, según el plan y los designios del Creador. (Cf. Constitución Gaudium et Spes N°.22)

Se ha constatado, inclusive que, principalmente en el periodo medieval, el menú de los grupos era distinto, según la particularidad de sus respectivas tareas: los que se dedicaban a la oración comían y bebían sólo cerveza y pan, por ejemplo, una comida más sobria, en cuanto los que estaban interesados/comprometidos con el trabajo, recibían vino y carne, o sea un alimento más sustancial. (Ver el romance histórico The Pillars of the Earth, de Ken FOLLET, 1989).

En el principal temple benedictino en tierras brasileñas, el Monasterio de San Benedicto, en el centro de la ciudad de Sao Paulo, todavía hoy se puede asistir a los Oficios de las Horas y oír el Canto Gregoriano. Alguien que visite el local no debe dejar de notar en el transepto[2] de la iglesia, escrito en lo alto, visible al fiel/feligrés que se dirige al altar para comulgar, la palabra “oración”. De regreso del altar en el mismo transepto, pero del lado posterior, verá grabada la palabra “trabajo”, sugiriendo que el fiel/feligrés entra para otras y sale para trabajar.

Entrar para adorar y salir para servir, he ahí una bella síntesis de la espiritualidad cristiana. Nos recuerda la advertencia de Santiago: 2:17-18 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras

En el diálogo de Jesús con el intérprete de la ley, nos es dada una maravillosa síntesis de la Torah: “…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.” Lucas 10:27. Amor a Dios y amor al Prójimo.

Lo mismo dice Juan, pero en otros términos: 1° Juan 4:20-21 “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.”
Juan Wesley, en el siglo XVIII encontró su propio modo de expresar este mismo principio. Según él, la espiritualidad cristiana se expresa en “actos de piedad y en obras de misericordia”. Por actos de piedad entendía toda la vida de devoción, oración, ayuno, lectura y meditación de la Palabra de Dios; y por obras de misericordia para con los necesitados, los pobres, los enfermos, los pecadores, los condenados, etc.
Amar a Dios y amar al próximo, fe y obras, teoría y práctica, doctrina y solidaridad, piedad y misericordia, son como los dos lados de una misma moneda, una no subsiste sin la otra. Si uno de los dos lados de la moneda se borra, la moneda pierde el valor.
Podemos afirmar con seguridad que la espiritualidad cristiana en general, y el culto cristiano en particular, se estructuran sobre dos dimensiones, una que podemos decir es vertical y otra horizontal. La vertical es la liturgia de la palabra, por la cual Dios nos habla y nosotros hablamos con Dios, y la horizontal es la liturgia de la mesa, por la cual nosotros servimos a Dios, en el servicio del hermano y de la hermana que está próximo (cerca) de nosotros y que necesitan de nosotros.

En la organización del espacio celebrativo, esos pilares son representados simbólicamente por la disposición, en el altar: de la mesa de la comunión, y del púlpito, lugares respectivos de la comunión y de la proclamación, del sacramento y del Evangelio, del anuncio y del compartir, de la práctica de la fe, de las obras de misericordia y de los actos de piedad, en fin, del Pan y de la Palabra.

De esa forma, es apropiado que la celebrante, o el celebrante, conduzcan parte del culto al compartir la mesa, desde donde ejerce su función sacerdotal, de quien intercede en favor de los dolores y de las necesidades del pueblo, como moderador de la comunión en la comunidad de fe. La otra parte de la liturgia es conducida a partir del pulpito, de donde ejerce una acción profética de denunciar las injusticias y anunciar la esperanza, el tiempo de la gracia y de la vida en plenitud, la proclamación de la Palabra para la libertad y la liberación, como aprendimos del Prof. Milton Schwantes.

Institución de los diáconos: un error de la iglesia

La comprensión de los principios equivalentes del Pan y de la Palabra nos sugiere una relectura, por ejemplo del relato de la institución de los diáconos, en Hechos 6. Según la narrativa, los diáconos fueron instituidos debido a un conflicto comunitario, en el cual algunas de las personas más necesitadas estaban siendo omitidas en el servicio sistemático de solidaridad que la comunidad cristiana había establecido. En relación a este conflicto, Pedro se habría expresado así: “no es razonable que nosotros abandonemos la Palabra de Dios para servir a las mesas”. Es bueno recordar que el término “servir a la mesa”, en el original griego es diakoneo, de donde deriva la palabra diácono. Sin entrar en pormenores del conflicto, que a lo más indica que solo afectaba a las viudas no judías, constatamos que los apóstoles, notoriamente, jerarquizaron el servicio de la Palabra (liturgia de la Palabra) colocándola como superior al servicio de las mesas (liturgia de la mesa), descalificando, de cierta forma, ésta última.

Parece que la comunidad aceptó ese razonamiento de los doce, pero no mucho. Tanto es así que eligieron a Esteban, que, como se constata en la secuencia de la narración, es eminente predicador, y habrá de ser martirizado no porque sirviera a la mesa, sino porque predicaba la Palabra sin temor: Hechos 6:10 Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Así como Felipe, que será el escogido por el Espíritu Santo en menoscabo de haber 12 apóstoles dedicados exclusivamente al ministerio de la Palabra, para predicar (explicar) esa misma Palabra al Eunuco etíope. (Cf. Hechos 8).

Lo que parece muy “razonable”/sensato para los doce, no sería para Jesús, al final, ¿Cuántas veces vemos a Jesús interrumpiendo su ministerio de la Palabra para dedicarse al servicio de la Mesa? Fue exactamente eso que el hizo cuando interrumpió su predicación en la montaña o en la planicie, para dar de comer a la multitud hambrienta, o cuando detiene su práctica kerymática para curar enfermos y abrazar a los niños/as, lo mismo hizo en el momento más crucial de su vida en compañía de los discípulos: después de hablarles, lavarles los pies y en la mesa él mismo parte el pan y lo distribuye, sirviendo a los comensales. (Para ampliar la discusión considerando otros conflictos comunitarios, relacionados a la eucaristía, recomendamos MARTINI, 2003).

Jesús se dedicó integra e integralmente al servicio de la Palabra y de la Mesa. No se puede decir, por su práctica, que uno tuviera privilegio sobre el otro. Servir a Dios é servir al prójimo y servir al prójimo es servir a Dios, de la misma forma si dejamos de servir al prójimo es omitirse en el servicio a Dios, y es así también cuando no se tiene consciencia de esto. No hay lugar donde esto queda más explícito que en el sermón escatológico:

Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. Mateo 25:35-45

Parece entonces, que los apóstoles se consideraban mejores que su Maestro. No querían rebajase para servir a las mesas. Desgraciadamente, esta depreciación del ministerio diaconal –de servicio o de solidaridad, como queramos llamarlo- prevaleció a lo largo de la historia de la Iglesia, a tal punto que ese diaconado es considerado un ministerio de segunda clase, subalterno en relación al presbiterado.
También en la práctica contemporáneas, es mentalidad que descalifica el servicio de la Mesa prevalece y es notorio. O mejor, se no se descalifica explícitamente el ministerio de la Mesa, se exalta enfáticamente el ministerio de la Palabra, (ver por ejemplo KEIR, 1962 y JUNGMAN, 1969), o su imitación que es el moderno y famoso ministerio de la alabanza.

Si bien que autores como William Roy McNutt (1941), después de hacer exaltación de la predicación, consideren sobre el hecho de que “la liturgia sustenta la acción social” (p. 216-31), las vacantes disponibles para “ministros” de la Palabra, de la oración, de la música y semejantes, continúan siendo más fácilmente ocupadas que las vacantes de los ministros de la Mesa, al punto de permanecer vacías muchos de los puestos destinados al cuidado de los hambrientos, de los desnudos, de los enfermos, de los presos, de los pobres.

Talvez debiéramos adoptar la costumbre benedictina de no admitir en nuestras comunidades a aquellos y aquellas que sean “monovocacionados”. Que se establezcan escalas, de forma que, si alguien sirve a Dios por un tiempo en la liturgia de la Palabra, que de vez en cuando, se alterne con los que están sirviendo en la liturgia de la Mesa. Esto para que una práctica no invalide a la otra, pues no se puede demostrar amor a Dios sin hacer lo mismo con el próximo.

Conclusión

El culto es, esencialmente, el encuentro celebrativo entre Dios y la humanidad, un encuentro entre dos naturalezas, la divina y la humana, mediadas por Jesús (hombre) (Cristo) (Dios). Tradicionalmente se acordó mantener encendida en el altar, dos velas, (cf. O´SHEA, 1957, p. 176-9) que bien pueden representar para nosotros esa comunión de naturalezas, el encuentro entre lo Sagrado y lo profano, lo Eterno y lo efímero, lo infinito y lo finito, el Ya pero todavía no, ente aquel que es y lo que aún deberemos ser y por consiguiente, las dos dimensiones del amor a Dios y al próximo, la fe y las obras, la teoría y la práctica, la oración y el trabajo, los actos de piedad y las obras de misericordia, la Palabra y el Pan

Luiz Carlos Ramos
 
El Rev. Luiz Carlos Ramos realizó su Licenciatura en Teología , 1983, en la Universidad Presbiteriana Mackenzie. Fue Ordenado al ministerio pastoral en 1984. Obtuvo su Maestría en Ciencias de la Religión , 1986, en la Universidad Metodista de São Paulo y su Doctorado en Ciencias de la Religión , 2005 , Universidad Metodista de São Paulo. Actualmente es Profesor de Teología Metodista de São Paulo (desde hace 18 años), enseñando principalmente Liturgia , Homilética , Acción Pastoral y Comunicación, en disciplinas científicas de la Metodología de la Investigación. Pastorea la Iglesia Metodista en Pirassununga , SP. Brasil.

Referencias/Bibliografía
CULLMANN, O. Early Christian Worship. London: SCM Press LTDA, 1953. 126 p. (Studies in Biblical Theology).

FOLLETT, Ken. The pillars of the Earth. New York: William Morrow, 1989. 816 p.

JUNGMANN, J. A. El servicio de la Palabra a la luz de la Teología y de la Historia. Salamanca: Sígueme, 1969. 139 p.

KEIR, T. H. The Word in Worship: Preaching and its setting in common Worship. London/New Yourk/Toronto: Oxford University Press, 1962.

KIRST, Nelson. Nossa Liturgia: das origens até hoje. São Leopoldo: Sinodal, 1993. (Colmeia).

______. A Liturgia toda: Parte por parte. São Leopoldo: Sinodal, 1993. (Colmeia).

MANUAL de ciência litúrgica: ciência litúrgica na teologia e prática da Igreja. Tradução de Luis Marcos Sander; Edição de Hans-Christoph Schmidt-Lauber, Michael Meyer-Blanck, Karl-Heinrich Bieritz. São Leopoldo: EST: Sinodal, 2011. 296 p.

MARTINI, R. R. Eucaristia e conflitos comunitários. São Leopoldo: Sinodal, 2003. (Série Teses e Dissertações — v. 18).

MAXWELL, William D. An outline of Christian Worship: its developements and forms. London: Oxford University, 1958. 199 p. Disponível tambémm em espanhol: MAXWELL, William. El culto cristiano: su evolución y sus formas. Buenos Aires: Metropress, 1963. 207 p. (Biblioteca de estudios biblicos).

MCNUTT, W. R. Worship in the Churches. Philadelphia/Chicago/Kansas City/Los Angeles/Seatle: The Judson Press, 1941. 275 p.

O´SHEA, William J. The Worship of the Church: A complete guide to the practice and meaning of gheliturgy. The church building, the vestments, the liturgical year, the Mass, the Sacraments, the Divine Office, the Sacramentals, described and explained by their historical and present purpose. London: Darton, Longman & Todd. 1957. 582 p. (A companion to Liturgical Studies)

RAMOS, Luiz Carlos. Em espírito e em verdade: curso prático de liturgia. 2 ed. São Bernardo do Campo: Editeo, 2012. 151 p., il. (Cristianismo prático; v. 2).

Artículo publicado con autorización del autor






[1] Conjunto de ejercicios practicados teniendo en vista un perfeccionamiento espiritual.
[2] Nave perpendicular a la principal que, en una iglesia, forma los brazos de una cruz latina.

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