Por Tomás Gutiérrez Sánchez*
Siguiendo la secuencia del Centenario de Libertad de Cultos en Perú compartimos la historia de los colportores. Como vimos en el post anterior, el artículo 4to. de la Constitución Política de 1860, mencionaba que “la religión oficial del Estado es la católica apostólica y romana y no permite el ejercicio de otro culto”. Sin embargo, ello no impidió que llegara al Perú el pastor metodista Francisco Penzotti. Su presencia se produjo bajo los auspicios de la Iglesia Evangélica Metodista Episcopal y la Sociedad Bíblica Americana (SBA). Su encarcelamiento y liberación en 1891, atrajo el especial interés de la Sociedad Bíblica por colocar agentes para la venta de literatura cristiana, en especial biblias y nuevos testamentos.
Siguiendo la secuencia del Centenario de Libertad de Cultos en Perú compartimos la historia de los colportores. Como vimos en el post anterior, el artículo 4to. de la Constitución Política de 1860, mencionaba que “la religión oficial del Estado es la católica apostólica y romana y no permite el ejercicio de otro culto”. Sin embargo, ello no impidió que llegara al Perú el pastor metodista Francisco Penzotti. Su presencia se produjo bajo los auspicios de la Iglesia Evangélica Metodista Episcopal y la Sociedad Bíblica Americana (SBA). Su encarcelamiento y liberación en 1891, atrajo el especial interés de la Sociedad Bíblica por colocar agentes para la venta de literatura cristiana, en especial biblias y nuevos testamentos.
La preocupación de las primeras misiones era llevar el evangelio a todo el país, razón por la cual la SBA contrató a hermanos en la fe para viajen por diferentes partes del país llevando biblias y literatura evangélica. A las personas que llevaban el material y lo vendían en las ciudades, pueblos y haciendas se les llamó “colportores”.
“Colportor” tiene su origen, para algunos, en la Edad Media, ya que existía una especie de vendedores ambulantes que portaban en sus cuellos una tarjeta acompañada de un versículo bíblico, la cual era traspasada a una persona interesada y gracias al comprador y su aporte el mensajero ganaba dinero. Así nació el colportaje, esta palabra deriva de un vocablo francés que traducido diría llevar en el cuello. Efectivamente los “colportores” bíblicos eran quienes llevaban las biblias y la literatura cristiana a los pueblos y ciudades vendiéndolas en las casas o en las ferias de los pueblos.
Para el caso peruano, su presencia y trabajo se puede observar con mayor fuerza a finales del siglo XIX, donde los “colportores” trasladaban las biblias de pueblo en pueblo, desembarcándolas desde el puerto de determinado lugar para ser llevadas por animales de carga y empezar su recorrido por los lugares asignados.
La salida de Penzotti de la cárcel de Casamatas en el Real Felipe, en marzo de 1891, fue motivo para que el misionero de origen escocés Andrés Milne (1838-1907) llegara al Perú. Milne fue el primer agente permanente de la Sociedad Bíblica Americana en Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile, Perú y Ecuador y desempeñó este cargo desde 1864 hasta su muerte, teniendo como base la ciudad de Buenos Aires.
Milne tuvo una amistad estrecha con Penzotti y lo motivó a que viniera al Perú a establecer una agencia de la SBA. Sin embargo, después de los sucesos relacionados con Penzotti, el mismo Milne se establece por unos meses en Perú para empezar los trabajos de la SBA. Así, entre los primeros colportores peruanos podemos mencionar a Manuel Noriega, Zoilo Irigoyen y Federico Antay.
La labor de ellos era vender biblias, nuevos testamentos, textos de los evangelios, de los salmos e himnos evangélicos. Pero su labor no sólo se circunscribía a vender esta literatura sino también a predicar el evangelio, abriendo las puertas para la llegada, más adelante, de las distintas denominaciones evangélicas.
Pero la venta no era fácil y la predicación mucho menos. Los primeros opositores fueron los sacerdotes católicos y con ellos las autoridades políticas, aunque estas no siempre prohibían las venta de los textos bíblicos. En algunos lugares expulsaban a los colportores, decomisaban las biblias y en otros quemaban toda la literatura en un acto público de evidente corte inquisitorial.
Hacia 1900, Andrés Milne mencionaba que la SBA en el Perú tenía doce casos de violencia contra los colportores y de quema de biblias y de literatura cristiana.
Federico Antay: un colportor a punto de ser quemado vivo
Uno de los casos más emblemáticos del atropello sufrido por algunos colportores en el Perú, fue sin duda el de Federico Antay. Natural de Lima y miembro de la Iglesia Metodista, desarrolló su labor de colportor en el norte del país. Así, salió del Callao el 16 de julio de 1895, visitó la ciudad de Trujillo y los pueblos alrededor de Ascope y, asimismo, las haciendas de Pedregal, Platanar, Challacocha y los pueblos de Poroto, Shinguirual y Otuzco.
Luego de volver a Trujillo para llevar más literatura, llega a las haciendas de Chiquitoy, Cartavio y a los pueblos de Paiján, San Pedro, Chepén, Pacasmayo, y más adelante a Zaña y a la hacienda en Cayalti.
En víspera de la Navidad de 1895, Antay viaja al distrito de San Miguel que, en aquel entonces, pertenecía a la provincia de Hualgayoc en el departamento de Cajamarca. El 24 de diciembre es abordado con engaños por el alcalde de San Miguel, José Quiroz, quien le manifiesta que era un hacendado y que compraría biblias y el resto de literatura bíblica para obsequiarla. Al llevar Antay todo lo que tenía en su poder, el alcalde del distrito se lo entrega al cura de la parroquia, quien alega que esas biblias estaban prohibidas ya que se había infringido el artículo 4to. de la Constitución.
Frente a ello, Antay argumentó: “primero, que el artículo cuarto no lo autorizaba para cometer atropellos; segundo, que vender libros no era celebrar culto público que es lo único prohibido por el artículo citado; y tercero que la autoridad municipal no era la facultada para juzgar esta cuestión que correspondía a la política y a la judicial”. Pese a ello, el cura insistió en incinerar todos las biblias, nuevos testamentos y demás literatura cristiana. Este acto se llevó a cabo cerca de las 2 de la tarde del día 25 de diciembre, llevando el cura y el alcalde kerosene y paja para incinerar todos los textos. Algunos indígenas del lugar pidieron que se quemara también a Antay, junto con todos los libros, pero gracias a Dios, este fue puesto a buen recaudo con el apoyo del gobernador del lugar.
Los sucesos en el distrito de San Miguel no quedaron impunes. El diario El Comercio recibió una carta de parte del Club Unión Fraternal del distrito de San Miguel, con fecha 28 de enero de 1896, en el cual manifestaba su rechazo a tal acto y levantaba su “voz de protesta contra ese delito de lesa civilización que, ha podido permitir que se ponga en duda el espíritu levantado de esta población que, desde tiempo, viene trabajando con ahínco por su propio engrandecimiento”.
Al cabo de unos meses el “colportor” Federico Antay diría lo siguiente: “Manuel Noriega fue al distrito de San Miguel, vendiendo Biblias con tanta libertad, pero en esta ocasión con las garantías constitucionales, reconocidas y hechas efectivas por el mismo gobernador Jacinto Barrantes y el espíritu liberal, progresista, culto y hospitalario de los habitantes de la ciudad de San Miguel”.
*Tomás Gutiérrez Sánchez
Sociólogo, historiador y egresado del doctorado de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente se desempeña como Secretario Técnico del Congreso de la República del Perú.
*Tomás Gutiérrez Sánchez
Sociólogo, historiador y egresado del doctorado de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente se desempeña como Secretario Técnico del Congreso de la República del Perú.
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